Nos educaron para pensar que cuando uno se esfuerza de verdad llega a ser mejor que los demás y nuestra recompensa inevitablemente será el éxito. A esto se le denomina La cultura del éxito, que no es más que ese impulso excesivo hacia la adquisición de dinero, fama y poder. Y aunque el fracaso se nos presenta como el gran monstruo del que hay que huir sin mirar atrás, debemos pensar que también es posible aprender varias cosas importantes de este “monstruo”.
“Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor” - Samuel Beckett, Rumbo a peor.
Durante la adolescencia, los jóvenes se enfrentan a mayores retos y responsabilidades de las que tienen que salir airosos al mismo tiempo que realizan malabares para convivir con una vida emocional y afectiva en ebullición. Es en este momento de la vida en que los adolescentes forjarán su capacidad para convivir con las presiones de los amigos, la familia, la escuela.
El temor al fracaso se alimenta notoriamente durante la adolescencia como resultado de una mala gestión de las emociones y una idealización excesiva del éxito como llave a la felicidad. Muchas veces el resultado es, paradójicamente, un bajo rendimiento escolar.
Para alcanzar cualquier cosa que nos propongamos se requiere haberlo intentado, no importa cuántos sean los intentos fallidos. Y es aquí donde el papel de la familia y la escuela son esenciales, ¿cómo?
Es indispensable poner en perspectiva las exigencias de la cultura del éxito. Con el paso del tiempo, lo más importante para Jorge, Lucía y Patricia serán las historias que puedan contar alrededor de aquellos trofeos que llenan la vitrina, más que los trofeos mismos.